Sara Sarmiento

3 de jun de 20226 min.

Por si le puede ayudar a alguien: Mi Historia (Parte I)

Hola Imperfectas

Hoy quiero hablaros, mientras tomo mi capuccino descafeinado con leche de soja, de mi historia. En realidad mi idea era escribir sobre cómo llevar la vida que deseamos, pero me puse a escribir, y salió esto. ¿Por qué? Porque como ya he aprendido en psicoanálisis, es absurdo querer conseguir algo sin entender las heridas que portamos, las raíces, las alianzas inconscientes. Por ello creo que necesito, antes de dar consejos a nadie, que entendais de dónde vengo y cuál ha sido mi recorrido. Por si os puede ayudar o inspirar.

Así que hoy escribo para sanarme a mí, porque lo necesito, y por si alguien se ha sentido como la Sara niña, para que vea que ni era rara, ni mala, ni friki, ni se merecía algunas cosas que le pasaron.

Éramos niñas. Punto.

Quiero también reflejar como nuestro ambiente nos influye y, aunque soy consciente que la memoria se modifica cada vez que traemos a nuestra mente un recuerdo, añadiendo cosas del momento actual (la memoria NO es una biblioteca), lo importante es lo que nosotras sentimos en estos recuerdos. Así que aquí está mi historia, y os la iré contando poco a poco, sección a sección, y hoy quiero empezar con el sentimiento de sentirme rara, diferente, que no encajaba e inferior, y como fui saliendo de él hacia una vida que puedo decir que es plena.

Por primera vez en la vida voy a contar esto de mí, y quiero que seáis las primeras en leerlo.

Allá va:

Hola Imperfectas.

Yo no sé vosotras, pero durante mucho tiempo yo me he sentido fuera de lugar en el mundo que me rodeaba. Especialmente, cuando llegué a vivir a Madrid.

Pero empecemos por el principio.

Yo nací en Mieres, un pequeño pueblo minero asturiano del que me siento orgullosa de pertenecer, por sus valores y su lucha obrera. Sin embargo, para la Sara preadolescente y adolescente, las cosas no eran tan fáciles. Cuando tenía esa edad, en Mieres muchos jóvenes eran... ¿Cómo decirlo? Un poco agresivos.

Las peleas de fines de semana eran bastante corrientes, las mujeres (adolescentes) se peleaban por los hombres (adolescentes) y si tú, por un casual, eras "elegida" por uno de ellos, la paliza te la llevabas tú (cuánto feminismo necesitábamos, carajo). Además, si no eras del grupo de las populares, ya ibas a ser foco de burlas, cuando no palizas. Y adivinad, yo no era de las popus. Y realmente no sentía que nada que pasara allí tuviera algo que ver conmigo. Solo me quería ir, estaba harta de estas tonterías y peleas absurdas: No encajaba y eso me hacía sufrir, aunque tengo que reconocer que, fuera de esas peleas absurdas, yo tenía muy buenas amigas. Éramos las frikis y siempre estábamos en el ojo de las "matonas", pero lo pasábamos muy bien. Lo más triste es que haciendo cálculos, yo no tenía ni 14 años cuando pasaba esto. Imaginad lo que me importaban los tíos a mí. Yo solo quería jugar en el parque, patinar, pero está claro que siempre hay gente que tiene que pagar sus frustraciones con gente más débil (ahora lo puedo entender mejor, pero eso para otro día)

Con 11 años tuve la suerte, y también el trabajo duro, de comenzar a jugar a voleibol en el patio de mi cole. Recuerdo jugar en gravilla, lloviera o hiciera sol (más bien lloviera, porque en Asturias...). A esa edad ya comencé a ir a las concentraciones de verano de la selección, que son básicamente pasarte 1 mes en verano en una residencia de deportistas con otras "promesas" del voley femenino. Parece poco tiempo, pero con esas edad que te saquen de tu casa y te lleven a otro lugar de España con desconocidas, es un poco fuerte. Además, la idea no es colaborar, sino competir. De hecho, a mitad de la concentración, hacen un "corte" donde echan a algunas jugadoras a casa mientras otras, "las buenas", continúan. Yo siempre esperé este momento con tremenda angustia. Llamaba a mis padres llorando porque me iban a echar ¿Por qué? Porque era, objetivamente, muy mala, al menos respecto a mis compis. Ellas venían de programas comunitarios para deportistas, comunidades más ricas que Asturias con Centros de Alto Rendimiento (C.A.R.) o Clubs deportivos. Yo, recordad, venía de mi colegio público, de jugar en gravilla. Así que imaginad. Pero resulta que mi esfuerzo, y que tenía muy buen físico para el deporte, aunque no era muy alta, hacían que fuera superando todos los cortes. Pero eso no disminuía la angustia, porque además, el resto de chicas también percibía que yo era peor que ellas, así que también hubo burlas, pero no como las de Mieres.

Con el tiempo, a los 14 años (o 13) yo también fui fichada en un Club. Eso me salvó. Allí las mujeres eran completamente distintas. Encontré compañeras que me ayudaban, que trabajábamos juntas por un objetivo común, que no nos peleábamos por los hombres, ya que ni los teníamos en cuenta: Nuestro objetivo era nuestro equipo, nuestra tribu. Por eso os insisto tanto en los espacios seguros, donde "ser inferior" no es usado en tu contra, sino que te ayudan a progresar o a aceptarte.

Así que pasé de sentirme un bicho raro que corría peligro, una friki, a tener una tribu.

A los 15 años ya entré en la Concentración Permanente, una selección nacional para, ahora sí, las promesas del voley español. Yo seguía siendo peor que mis compis y eso hizo quevolviera a sufrir algunas burlas, pero no como en Mieres.

Fueron esas experiencias, quizás unidas a la lucha obrera donde los oprimidos reivindicaban dignidad, la que me hizo cambiar mi mentalidad: "¿os reís de mí por ser mala en voley? Pues peor para vosotras". Y me puse a entrenar como nunca había entrenado. Cogí toda la rabia, el sentirme diferente, y lo puse al servicio de ser mejor en voley.

Dejé de fijarme en las burlas y simplemente usé la energía de la rabia para conseguir MI objetivo, lo que a MÍ me gustaba, y resulta que llegué a ser titular y no solo eso, sino que empezaron a llevarme con las mayores (me subían a categorías superiores en la selección, con mujeres de más edad), y ¡pum! De repente era respetada. Lamentable por parte de algunas compañeras, la verdad, pero está claro que en esta sociedad algunas personas solo valoran los títulos y los puestos, como si la gente que no llega ahí fuera inferior. Terrible.

¿Qué reflexión puedo sacar de todo esto? No lo tengo claro. Yo tuve la suerte (genética y un entrenador que apostó por mí) y la determinación y trabajo duro, de transformar las heridas en potencial. Gracias al ejemplo que recibí de los y las mineros/as, convertí la injusticia en motor de cambio. Usé la rabia, nuestra sagrada rabia, en fuerza.

Y es que tuve la suerte de tener un ejemplo de mujeres mineras que nunca jamás me mostraron que la rabia no era de "señoritas". Cuando vives con la muerte pisando los talones, como en la mina, y con condiciones laborales peligrosas e injustas, ser una señorita es un privilegio que no todo el mundo se puede permitir.

La rabia queridas es un motor de cambio. Las heridas que nos hicieron no tienen por qué definirnos. No os voy a vender la moto de que soy quien soy gracias a mis heridas: No me las merecía, y vosotras tampoco las vuestras. Pero sí soy quien soy a pesar de mis heridas, gracias a los ejemplos que me rodearon, pude coger esas heridas y transformarlas en energía para conseguir algo que amaba y me gustaba.

No podía cambiar a la gente de Mieres. Ni a algunas mujeres de voley. Ni mi pasado. Pero sí podía coger el dolor y hacer algo con él. No algo autodestructivo como veo en consulta que hace mucha gente. No algo que me dejara toda la vida resentida con quien me dañó. Ni toda la vida compadeciendo mi historia. Eso no podía cambiarlo, pero tampoco iba a dejar que me definiera.

Cada cual tiene sus propias batallas. Una de las mías, fue esta.

Seguiré escribiendo sobre esto, sacando los aprendizajes que fui haciedno, y también os contaré como algunos de estos aprendizajes me limitaron más adelante.

No pretendo tener la razón, ni que penséis igual, ni siquiera que os sirve. De hecho, esta ni siquiera es Mi Verdad, porque La Verdad, aunque sea personal, LIMITA. Esta es mi historia y estos aprendizajes pueden ser tan empoderadores como limitantes.

Seguiré profundizando en esto.

Os quiero,

Sara.

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